LA REFLAKA

Te comías el gammarus como galletitas saladas mientras te apoyabas en la ventana, viendo como el frío le ponía cara a la gente que pasaba por tu calle y sonreías llorando. Tenias una depresión más grande que el eslogan de Greenpace “salvad a las ballenas” y necesitabas un milagro en tu vida que te moviese de ese estado de genuina rabia contra todo lo que estaba en tu contra.

Eras adicta a los antidepresivos que los tomabas como aceitunas aunque en el fondo ese enganche no te dejaba muchas alternativas, estabas medio sobada la mitad del día y la otra escalabas tus problemas sin cuerda de seguridad, te dejabas llevar como si flotases en un mar de la tierra plana esperando el precipicio que adelantase unos acontecimientos que ni tu misma sabias cuales iban a ser.

Eras resultona a la vista y no niego que tenías tus momentos que si la locura de tu soledad te diese más cancha serías un partido ideal, pero si las cosas fuesen algo normales todos se podrían enamorar en una dimensión donde te dejases llevar de la mano. Demasiado esdrujuliza para las alternativas de la vida.

Un día me contaste que te gustaban los puentes porque debajo de ellos podrías construir tus castillos de cartón y que muy pocas personas frecuentaban muchos de ellos, borrando para ti misma esas debilidades que hacían de tu vida en tus propios metros cuadrados una desdicha de agujero negro. Y siempre temí que cuando dieses ese paso no me llevarías contigo, dejándome a un lado de tu mente única, de esa locura impenetrable que te hace como un imán, atrayente y por veces detestable pero que no puedes dejar de ver, de querer tocarlo, como una lluvia de estiércol una noche de verano.

Ya no se de ti, metáfora de que siempre has sido una parte irreal dibujada en mi cuaderno a la cual iba a echar de menos, pero no sabía que sería para tanto. En ese castillo donde estés no te olvides de hacer una ventana para que con tus galletitas veas como se congelan las musarañas.

Siempre tuyo.