Sandra

En los arcos de la Herrería se mantenía con una sonrisa, una botella de vino barata en una mano y los coloretes muertos de frío. Lleva más harapos que ropa pero todos ellos hacen una masa que la cubre que la distingue de todos los que han madrugado para ir a trabajar, lo suyo y no por quererlo estaba en sobrevivir en la calle. El alcohol le hacia creer que la mantenía caliente pero como una danza tenía que moverse, sabe que quedarse quieta es morirse y lo que para los ciudadanos les parece un jubilo de borrachera para Sandra es mantenerse un día más en este mundo.

Quienes pasan la juzgan con la mirada de retranca, a traición, sin lastima. Los que se solidarizan con ella pensando que tal como esta la vida en este país mañana pueden ser ellos le dejan unos céntimos en una lata abierta de sardinas, que tuvo mejor vida algún día y que ahora se pegaba con la mugre de la burguesía. Hay mucha pijotería en el casco antiguo se dice una y otra vez en su baile de la muerte con la sonrisa esclava para colocarse en el modo compasión o de gracia, mendigando como de niña jamás se habría imaginado. Quizás tuvo una vida, quizás llego a ser alguien importante en su comunidad, quizás la mataron estando viva y por ello el único valor de sus guantes roídos es estar cada día para demostrar a todos que aunque no llegue a vieja ella y su coño siguen dando guerra, eso que a veces vendía por poco y nada, por seguir adelante.

Sandra tiene los ojos como avellanas, nariz de payaso y mejillas de Don Simón. Su lengua no suelta palabrotas, ni tiene tableta, ni móvil, no sabe que es afilarse al grupo de yo fui a la EGB pero políticamente incordia, mentalmente le gustaría estar en los sueños de sus nubes de algodón y su traje de princesa. La realidad es que cada mañana espera al mediodía con esa su gran sonrisa y su única meta es llegar a otra noche aunque tenga que vender su alma al diablo. Vive en un bucle y las estaciones pasan como los años, sin darte cuenta.