La verdulera

En el campo se lo gozaba, con poca ropa y a la fresca se iba a los plantados a recoger las hortalizas del día para vender en el Mercado de Abastos. Trabajadora como ella sola, Reina llenaba la baca de su Renault 5 Copa Turbo de segunda mano hasta que la amortiguación gritaba pidiendo socorro, pero no había mal viaje si llenaba lo suficiente para ganarse el sustento.

Antes de llevar lo cosechado al mercado tenía la buena costumbre de lavar todas las hortalizas para que no quedaran restos de tierra, o esos bichitos que para algunos son demasiado molestos o asquerosos a la hora de hacer la compra, por lo que tenía mucho mimo con lo que hacía y sus hortalizas parecían sacadas de un desfile de modelos.

Para la limpieza y aseo (por así decirlo) usaba una mezcla casera elaborada por ella misma que no sólo desinfectaba las plagas, si no que dejaba un brillo en las mismas que las hacían más llamativas. Receta propia que investigó en esas paginas de Internet del campo llamada la dark web field y a la que le dió su toque personal.

Muy temprano ya con todo elaborado y terminado entrega en el mercado a diferentes tiendas sus productos, todo en metálico que Reina no fía ni cuando se trata de ella misma. Orgullosa y con el trabajo se vuelve para casa a descansar y a recuperar fuerzas, se pone la televisión mientras come y mira las noticias locales: “cientos de personas mueren intoxicadas al parecer por unas hortalizas envenenadas…..”.

– ¡Mierda! Ya me he pasado con la botulina.

posdata: Verdulera = persona que tiene por oficio vender verduras y otros productos de la huerta.

Pinchera

Reina se levanta todos los días a las seis y media de la mañana, se da una ducha rápida, no se para mucho con el maquillaje y se toma un café con leche calentado en el microondas.

Sale a la calle en su traje de trabajo, le encanta lo que hace y no lo cambiaría por nada del mundo. Además no le interesa mucho el dinero, lo que hace le llena y le satisface, cuestión de principios y de salud mental.

Su herramienta de trabajo es un punzón, que usa con habilidad y rapidez. Es la mejor de su profesión y rara vez por culpa de ello tiene que salir corriendo, cosa que si fuera necesario está bien preparada, parte del día lo dedica a hacer deporte.

Trabaja a comisión, cuantas más ruedas pincha, más le pagan en el taller, eso sí dependiendo de la cantidad que acudan a ese taller después de ser pinchados, pero confiesa que no le va mal y que se saca lo justo para vivir, que como no tiene vicios le llega y le sobra.

Tan buena es en lo suyo que ya tiene una reputación ganada, incluso otros pincheros no se meten en su territorio, porque Reina si se enfada no sólo pincha ruedas te puede pinchar el trasero si te metes en su zona.

Y aunque enfada a mucha gente que no conoce, como dice un viejo amigo “es su cultura y hay que respetarla”, por lo que tiene la conciencia tranquila y todas las tardes cuando termina su jornada laboral se va de cañas con sus amigas y a bailar un poco antes de descansar.

Chiqui

Chiqui es una muñeca, con el pelo largo de lana de color rojo, su cabeza es desproporcionada a su cuerpo de algodón, pero es en el mundo de las muñecas, hermosa y de buen gusto para quién guste de adoptarla. Su vida estaba colgada en un escaparate y todos los días hiciese sol o lluvia veía pasar a la gente, que por desgracia no reparaban mucho en ella.

Un día una niña de grandes ojos claros y vestida a la última, más pija que la Hilton, reparó en ella y se encapricho hasta el punto de montar el berrinche de su vida para que sus padres se la comprasen. La niña apodada por sus amigas como “la repelente” siempre se salia con la suya, por activa o por pasiva sus maneras a pesar de no llegar a los diez años de manipular a sus progenitores era digno de una tesis.

Al llegar a casa y con su nuevo capricho sobre su cama, la niña se imaginaba los buenos momentos que iba a pasar con su reciente adquisición, una sonrisa maligna a pesar de su corta edad se dibujaba en su cara, con su libreta de apuntes y un lápiz escribió una lista de todas las cosas que iba a hacer con ella. La lista en todo su conjunto era un desafío en toda regla.

Lunes: cortarle el pelo a Chiqui.

Martes: como está muy rellenita abrirla y quitarle algodón.

Miércoles: maquillarla y probarle los vestidos de las otras muñecas.

Jueves: sacarla de paseo con el carrito de bebé al parque para que la vean.

Viernes: meterla en el microondas para que se ponga morenita que está muy blanca y parece enferma.

Sábado: operarla de todo aquello que no me guste.

Domingo: como ya ha pasado una semana, ya no es novedad, decapitarla y tirarla a la basura, hurgar un nuevo plan para que el lunes me compren otra muñeca.

Sobre mi vida en la oscuridad

Mi oscuridad es un lugar desagradable, a veces veo un poco de luz pero es tan tenue que me resulta indiferente. Mi cuerpo a pesar de no estar corrompido por los espíritus ni los demonios es un imán para todos ellos, son parte de mis cicatrices, los que me arrebataron el alma a golpes sin dejar marca alguna. No tengo pretensiones con lo que aquí cuento, sólo es mi manera de desahogarme para sentir por un instante un poco de libertad dentro de este mundo que se sobrealimenta de mis deseos inconfesables, de mi mente tenebrosa, de todos mis propios males.

Al principio no me aferraba a mi oscuridad, era un hombre normal que disfrutaba de la vida viajando y teniendo relaciones esporádicas con mujeres que conocía en diferentes lugares, sin atarme del todo, lo suficiente para alimentar mi ego una temporada y luego volar a otro destino. Pero las maravillas mundanas poco a poco fueron perdiendo intensidad para mi, lo que devora mis recuerdos es más rápido de lo que tardo en crearlos, de ahí que en la oscuridad los que me quedan están a salvo.

Vivir en la más estricta soledad sin compartirme con el mundo no es una decisión fácil, no hay derecha o izquierda ni arriba o abajo, es como estar en una dimensión donde nada de lo que esta rodeándote es verdad pero hace daño si no sigues sus reglas. Es una limpieza del karma donde las conversaciones con quienes ya no están son parte de la terapia de vivir donde a nadie más le apetece, o donde nadie siente la necesidad de quedarse voluntariamente. Al fin y al cabo la oscuridad es como la mugre que molesta y que no resulta graciosa.

Con esto no quiero decir que me siento cómodo en la oscuridad, ha sido una decisión personal el adentrarme en ella y quedarme, el debate con mis fantasmas es algo que no quiero extrapolar a nadie más y menos a toda persona que pueda interesarme, las luchas de cada uno son de uno mismo y de nadie más, porque en cierto modo nadie podrá entender a los entes que tu mente quiere destruir o dejar de percibir, en la oscuridad el tiempo no es una medida sólo una paradoja inexplicable.

Quizás no me doy cuenta de que mi sensibilidad hacia lo oscuro sea una respuesta a lo que no llego a entender, ¿estoy muerto?. ¿Cuándo podemos considerar como muerte el fin de una persona?, ¿es la soledad la parte de la oscuridad que creamos para liberarnos?. Es aterrador pensar que en el más allá donde los demonios y espíritus habitan puedan venir a tu zona de confort no para alimentarse de tus males sino de tus bondades, porque al final allí donde reside la luz no deje de ser la más profunda de tus oscuridades.