Trío de amigos

Había una vez, en Arcade, tres amigos que siempre se reunían en Talo río para charlar y tomar el sol de la tarde. Uno era calvo, el otro era gordo y el tercero no tenía dientes.

Un día, mientras se encontraban en la alameda, el calvo comenzó a hablar sobre lo difícil que era ser calvo y que no podía encontrar la manera de cubrir su cabeza. El gordo lo escuchaba con atención, mientras mordisqueaba una bolsa de patatas fritas, y el hombre sin dientes trataba de asentir con la cabeza, sin mucho éxito.

De repente, un extraño personaje apareció en la alameda. Era un hombre alto y delgado, con un sombrero de copa y un bastón. Se acercó a los amigos y les preguntó por qué estaban tan preocupados. El calvo le explicó su problema, y el hombre le dio un sombrero muy elegante para que lo usara.

El gordo, emocionado por el regalo que había recibido su amigo, comenzó a saltar y a aplaudir. Pero en medio de su alegría, perdió el equilibrio y cayó al suelo. El hombre sin dientes se apresuró a ayudarlo a levantarse, pero cuando lo hizo, notó que el gordo había dejado su bolsa de patatas fritas en el suelo. Antes de que pudiera decir algo, un perro callejero se acercó y comenzó a comérselas.

El hombre sin dientes, conmovido por la pérdida de las patatas fritas de su amigo, decidió que debían hacer algo para recuperarlas. Así que los cuatro amigos comenzaron a correr detrás del perro, que se había escapado con la bolsa en la boca.

Después de una larga carrera, lograron recuperar las patatas fritas, y se sentaron en un banco a descansar y a comerlas juntos. Allí, el calvo se puso su sombrero nuevo, el gordo se tomó un respiro y el hombre sin dientes sonrió mientras masticaba las patatas fritas.

Y así, los tres amigos aprendieron que aunque cada uno tenía sus propios problemas y preocupaciones, juntos podían superarlos y disfrutar de la vida. Y desde entonces, continuaron reuniéndose en la alameda para charlar y tomar el sol de la tarde, siempre recordando aquella aventura en la que recuperaron las patatas fritas del gordo.

El viejo Ayuntamiento

Había una vez una pequeña ciudad llamada Arcade, situada a la orilla del Océano Atlántico. Era un lugar tranquilo y apacible, donde la gente vivía en armonía con la naturaleza y se dedicaba a sus quehaceres diarios. Sin embargo, había algo que inquietaba a los habitantes de Arcade: el antiguo edificio del Ayuntamiento, que se encontraba en el centro de la ciudad.

Desde tiempos inmemoriales, se decía que el edificio estaba embrujado y que en sus oscuros pasillos se escondían los espíritus de aquellos que habían fallecido en la ciudad. Muchas personas aseguraban haber visto sombras o escuchado susurros en el interior del edificio, y muchas otras habían jurado no volver a poner un pie en él.

Sin embargo, un día, un grupo de jóvenes decidió desafiar la superstición y se adentró en el edificio del Ayuntamiento a medianoche, decididos a demostrar que no había nada de qué asustarse. Armados con linternas y una cámara de vídeo, los jóvenes recorrieron los pasillos y habitaciones del edificio, registrando todo lo que veían.

Pero no tardaron en darse cuenta de que algo no iba bien. Las luces de sus linternas comenzaron a parpadear y a apagarse, y a medida que avanzaban, el aire se hacía más frío y denso. De repente, una de las jóvenes gritó y señaló hacia un rincón de la habitación. Allí, sentada en una silla, había una figura transparente y espectral, con la mirada fija en ellos.

Los jóvenes se dieron la vuelta y huyeron del edificio del Ayuntamiento tan rápido como pudieron, sin mirar atrás. Cuando salieron a la calle, se dieron cuenta de que habían estado adentro del edificio durante horas, cuando sólo habían planeado permanecer unos minutos. A partir de ese momento, nadie volvió a entrar en el edificio del Ayuntamiento de noche, y la leyenda del edificio embrujado se extendió por toda la ciudad.