El miedo es la injuria del pensamiento para nuestros recuerdos más profundos, un clavo ardiente en el nudo de un tronco muerto, un vagón de luces falto de aprendices y enseñanzas. Como cada temblor entre el pánico y la locura violando la tregua de las palabras, como una droga de la que no puedes liberarte.
Miedo si o miedo también cada porción de él es un territorio marcado por los impulsos no deseados, una corazonada en un reloj de arena, despropósito de un ciclo de vida en un callejón sin salida. Una muerte súbita, un miedo común, vagabunda rueda de molino desafiante en un lecho seco, una parada vacía en un receptor lleno de mentiras, sin palabras.
Tu miedo es el mio, tuyo o suyo entre espinas y alambres oxidados por la saliva perecedera de sermones vacíos, de espejos rotos calibrados por la tensión de un deseo abierto al daño, a las pupilas dilatadas, a la salud mental de hojas secas crujiendo entre las manos, sin preocupaciones, disfrutando del remordimiento y de los miedos encadenados a nuestras vivencias, sin llanto.