Yolanda se sentaba en la poltrona de su casa, con un porro de marihuana se dejaba llevar por la calidez del sol con sus piernas entreabiertas y soñaba despierta con sus horizontes. Su vida plagada de anécdotas y secuencias llenas de sexo, jaleo y carreras con excesos de revoluciones parecían una cinta que manejaba su tiempo en vhs, formato extinto como ella creía para muchas cosas que la rodeaban, pero se resistía a creer que toda su vida fue un alegato a la libertad de su cuerpo y mente y que ahora estaba siendo inducida al silencio, a apagarse.
En su mp3 suena Barón Rojo, Obús, Leño. Aquella si que era música y no la mierda que solo se puede bailar si tienes una buena diarrea de pastillas lubricadas en alcohol y la adicción a youtubers pajilleros que se hacen bromas falsas para crear una legión de ninis que los siguen como fulanas a su chulo. No le gustaba la época que estaba viviendo, no le gustaba rasurarse porque a los hombres le gustaban peladitos porque se enojaban encontrarse un pelo en la lengua ¡mariquitas de gimnasio!, masculla entre caladas.
Yolanda es ama de casa y de vez en cuando al sentirse engañada preparaba unas lentejas con vomito que le salían de muerte, para que su medio macho tragase mientras le olían los sobacos a perfumes de otros lares, cabronazo media polla. Pero no le quitaba su sonrisa ni marcar raja con el chándal, no se sentía choni pero la comodidad le ponía más que una pizza barbacoa.
Muchas veces pensaba en dejarlo todo y largarse sin dejar rastro, empezar de cero en un lugar donde nadie la conociese y sentirse libre de tirarse aquello que le gustase y luego meterlo en el contenedor de la basura con el tacón de aguja de sus zapatos clavado entre el cráneo y la lengua, expulsar sus malos espíritus, hacerse lesbiana. Y cada día le cobraba más fuerza su mundo nuevo imaginario en principio pero que tras la última calada y con el paso de los minutos le iba dando el bajón de sus propios pensamientos, se sentaba en la taza del váter y dejaba que la mierda siguiera su curso, total a nadie le importaba a donde se fuese todo aquello cuando tirase de la cadena.
Yolanda abre la ventana se rasca un costado, escupe sin mirar y comenta ¡hijos de puta!.