Cuando llega la noche mi cuerpo se transforma, deja de ser aquella masa profanada por las opiniones y se convierte en un viaje más allá de mi propia consciencia, liberando las cadenas de un terreno pantanoso llamado realidad. Yo no soy nada y partiendo de ello puedo creer que alcanzarlo todo es más fácil pues nadie repara en mi, me ignoran por ser un ser olvidable y rechazable, de esos que no destacan cuando caminan por la calle.
Nadie hará muescas de mi en su cama, ni presumirá de tenerme en su agenda, la invisibilidad que me da ser algo por debajo del estándar que todos proyectan y quieren para ellos mismos y los demás me ausenta de toda mirada o acercamiento. Soy como dije una masa pensante que como el viento no se ve y cuando se siente normalmente molesta. Pero uno a lo largo del tiempo se acostumbra a que ser uno solo para sí es más de lo que jamás había aspirado a tener, todo un logro.
Nadie vendrá a mi entierro cuando muera, un perro callejero tendrá más honores y recuerdos llegado el día, pero no busco una solución a la pena ni que el karma me despeje en la próxima vida, total ya lo sabemos, después no hay nada y a nadie tienes que justificar tus miserias, ni las riquezas de aquellos les servirá de mucho, nadie tiene enchufe con la muerte, ni los que se criaron con ella los tienen.
Ser un monstruo no es fácil en la edad moderna, donde todo incluso la más pequeña imperfección se retoca o se opera para ser un top, yo en mi despreciable existencia no hago gasto en la belleza, no me arreglarían ni reconstruyendo con cera todo mi cuerpo y además ¿para qué?. Total ya tengo callos de tanto arrastrar mis genitales por la acera, que no se vayan a pesar que me los agarro bien para marcar paquete, que total en mi mundo salvo las criadillas de cerdo de mi no se aprovecha nada, a buen ver siglo XXI.