Cuando pienso en ti cosquillas recorren mis venas, es como un placer que me hace olvidar todo lo que hay en mi alrededor. En esta cueva donde la luz del sol marca las horas de mi vida, los amaneceres y atardeceres donde ahora se ha colado tu voz para reorganizarme mi agenda a tu propia voluntad. Donde con tu alegría las arañas y pequeños ratones que me acompañan se han ido de vacaciones para no molestar, te has elegido por mayoría absoluta la dueña de mi mundo perdido de la mano del hombre.
Ante el revuelo que creas entre los jilgueros y gorriones con tus ojos verdes, hasta el águila y el cernícalo se han tomado un descanso, para que los cánticos no sean un enjambre de plumas cuando en tu pasear por el sendero los vas dejando que se posen en tus dedos, los invitas contigo a caminar, mientras yo desde el alto dejo volar mi imaginación. Sintiendo como tu felicidad cambia por completo el entorno agreste y rudo, donde mi cuerpo ha decidido fundirse para sentirse mejor, como un bálsamo del curandero del río gafos, como la pócima de la bruja de San Cibrán.
Y se dibuja una sonrisa en mi cara castigada por el tiempo, abatida en mil batallas, curtida por el frío y la dureza de una almohada solitaria, una cara que acaricias con ternura mirándome a los ojos fijamente aprobando con ello lo que sientes, lo que siento, dejando que el tiempo no tenga más valor que el que queramos darle, porque ya no vale de nada mirar atrás.
Posdata: Hubo un tiempo donde mi cueva tenía una telaraña en la puerta, hoy hay una alfombra que pone: Bienvenida a casa.