Caminaba despacio dejándose engatusar por el paisaje, el puente medieval de Comboa sobre el río Verdugo era un enclave perfecto para usar su cámara e inmortalizar el momento. Solía pensar en todos los kilómetros recorridos en toda su vida y que en cada lugar nuevo siempre se llevaba un buen recuerdo o alguna anécdota para guardar en su diario de viaje.
Su viaje le llevaba hacia el puente colgante que había unos seiscientos metros más arriba del curso del río para satisfacer su interés fotográfico. Si era posible nada le impedía buscar la mejor captura y deleitarse en ella aunque le costase esfuerzo y mucho peso en sus piernas por todos los pertrechos que llevaba en sus dos mochilas.
Nunca sabía cuando se iba a graduar en la nueva anécdota del viaje pero sus dudas se esclarecieron al llegar al puente colgante, allí cuando animadamente iba a empezar a fotografiar observo a una joven en el puente, usando toda la distancia que le permitía su objetivo pudo ver en la cara de la joven unos ojos llorosos y lagrimas por su cara, tenía todo el aspecto de quererse tirar. El puente a pesar de no tener mucha altura, no llega a los cuatro metros hasta el agua, no parecía peligroso, con un buen suelo de maderas y un cable horizontal a la altura de la cintura tenías que querer tirarte para correr un riesgo.
Pero es lo que pasó, la joven se dejo caer al agua y no hacía por querer nadar, se estaba entregando a su destino, quería morir. Dejando en el suelo su cámara y las mochilas el viajero echando a correr se lanzo al agua sin pensárselo y gracias a que el río no bajaba con fuerza en unas pocas brazadas ya tenía a la joven en sus brazos, volteándola encima de el impulsándose con sus piernas la llevo hacia la orilla, al margen derecho donde hay como una pequeña playa, aunque más bien era un codo del río donde se acumulaba la arena de las crecidas y allí la reanimó.
La joven cuando volvió de sus fantasmas se quedó mirando al viajero con cara extraña y con la pena en sus ojos recriminándole que la hubiese salvado, ante las preguntas de él no pudo más que callar porque aún estaba dolida por no poder cumplir su deseo. El viajero fue a por una de sus mochilas y sacando ropa seca invitó a la joven a cambiarse para que no cogiera frío, sacando el hornillo preparó un café.
Media hora después con todo más calmado pudieron hablar largo y tendido sobre las circunstancias de su intento de acabar con su vida en un paraje tan hermoso y se les hizo noche, ella dispuesta a no irse por el momento acepto la propuesta de quedarse en la tienda de campaña del viajero mientras el dormía con su saco fuera para que no se sintiera intimidada, cuando el cansancio y el sueño los dominó a los dos las estrellas fueron las únicas acompañantes esperando que al amanecer todo se hubiese vuelto a la normalidad.
Cuando ella se levanto el viajero empezó a guardar y ordenar todo en sus mochilas, él tenía que seguir su viaje no podía quedarse atrás y con la palabra de la joven de que no lo iba a volver a intentar empezó su camino hacia el siguiente punto más arriba, una zona de senderismo llamada Fervenza do Rego do Inferno donde hay una cascada que valía la pena fotografiar y un salto de agua espectacular.
A los pocos minutos se dio cuenta de que lo seguían, era la joven, esperándola le preguntó porque lo seguía a lo que ella extendiéndole su mano le dijo: no tengo nada, no tengo a donde ir, ¿puedo acompañarte en tu camino?. El viajero acepto su mano, entregándole la mochila más pequeña cerraron el acuerdo y desde ese día no se volvieron a separar nunca más.