Me gustaba muchísimo cuando te enfadabas conmigo de bromas pero fingiendo que lo hacías de verdad. Yo siempre ponía cara de circunstancia y no sabía que hacer o decir, éramos jóvenes. Tu querías tenerme siempre activo y en tensión como si eso hiciese falta pues te amaba con locura, pero hacerte la enfadada por una tontería era tu manera de decir que ahí estabas tú y que por mucho que viviésemos siempre ibas a querer dar esa guerra y no rendirte fácilmente a mis besos, a mis abrazos aunque supieses que eran todos tuyos, que te pertenecía por siempre.
Me ponías gestos al enfadarte pero tu mirada siempre delataba que no lo estabas de verdad, en el fondo entendía tu juego, porque sabía que al poco rato ya estarías saltando encima de mí, o provocando que te buscase con un abrazo, un roce, un cariño o de esas pequeñas suplicas de: amor mío no te puedes enfadar eres mi vida entera…
Cuando te fuiste al cielo yo no dejaba de buscar en las estrellas ese guiño, ese gesto de enfado para que yo no dejase de perseguirte por la casa, ahora vacía, para jugar al yo te quiero más mirándonos fijamente, a sentir el verdadero y sincero primer amor. Hoy como todos los días desde hace tantos años sigo echando de menos tus regañinas de amor.