Las cosas se están poniendo feas, la presión, el viento, el frío, todo se apodera de las calles. La llegada de la lluvia es inminente y la preocupación crece por momentos, a los humanos les gusta poco la lluvia, salvo a unos cuantos aventajados en el arte de los fluidos, se masca la tragedia.
Las primeras gotas no se hacen esperar, empieza a cundir el nerviosismo, los primeros apretones, las primeras carreras buscando refugio. La desesperación de no haber comprado antes un paraguas que no lleve al caos tu peinado made in polígono.
Trueno, rayo, trueno, rayo, gritos…. empieza a cundir el pánico, sálvese quién pueda, la lluvia es más fuerte por momentos, se oye entre la desesperación “cariño dónde está la balsa hinchable de la playa”.
Los coches empiezan a ser manejados de manera errática, como si se apoderasen de sus conductores fuerzas malignas que los obligasen a hacer maniobras inverosímiles y a volcar su estado de ánimo en cabreo, furia salvaje, aniquilación.
La lluvia se hace densa, todos están en los refugios escapando de los resfriados y de las mojaduras temidas, algunos curiosos se asoman a las ventanas con las pupilas dilatadas sin dar crédito a lo que ven, a lo que escuchan.
Ha llegado un día de invierno.
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