Te abandono porque te quiero, esas fueron sus últimas palabras, cerro la puerta y se fue. El se quedo con cara de pan de pueblo y sus aceitunas echaron el hueso fuera en un filamento de lágrimas que no fueron bálsamo de aceite para la fatiga que le estaba entrando. Lo había apostado todo por esa relación, abriéndose como nunca lo había hecho y apostando por la sinceridad desde el segundo mismo que ella lo busco, porque el primer paso fue por parte de ella ya que no la conocía ni estaba cerca de su radar.
Te abandono porque te quiero es la manera más fácil de mandarte a la mierda con las palabras más bonitas que hay después de tirarte a la arena donde los leones tienen los colmillos largos y Gladiator no va a venir al rescate, pero hay maneras y maneras de que una frase así te pueda llegar al hueso y hacerte ver el latido de tu corazón en el dedo gordo del pie. En el punto más lejano de tu cerebro que aunque lo intenta no lo puede asimilar.
Y decirte te abandono porque te quiero es de esas frases que si las metes al horno a 180º te sale un rosco de los que no te levantas en años, pero no hay mal que el tiempo no cure, o por lo menos nos empeñamos en creer que las cosas pueden llegar a ser así, aunque eso queda para la fachada de novelas de amor, o para pegarlo en un muro de facebook.
Cuando alguien que quieres, ya nadie ama de verdad, te suelta eso y pilla puerta tienes que entender que todos somos seres migratorios, como las cigüeñas, anidando de año en año allá donde mejor nido podamos hacer, hombres y mujeres valoramos el sentido de la libertad incluso cuando estas en la misma cama de quien quieres, porque te puedes levantar un día y decirle te abandono porque te quiero.
Aunque a veces también pasa que cuando te sueltan esa prenda, esa perla, esa joya, por muy convencida que se vaya la persona que lo ha dicho, el que se queda a veces suspira de alivio y cuando escucha como se cierra la puerta da saltos de alegría y se pone a bailar abrazado a si mismo diciéndose que aquella que no te valora como tu lo haces no vale la pena perderse en ella en un mar de ácido o en toneladas de mocos de caracol. Por supuesto esto es reciproco y tanto vale para el como para ella, que la igualdad a veces navega en el mismo barco, para la o el que se va como para la o el que se queda.
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