Me encontraba sentado sobre una acera mojada, mis ropas estaban roídas y desgastadas por el tiempo, una mochila con los pocos recuerdos de una vida y un cartón donde ponía “No tengo nada si le sobra algo se lo agradezco”. Siempre tenia mi mirada perdida, resignado a las circunstancias que me llevaron a vivir en la calle, un despido, un desahucio, la mala suerte y un hambre sin fondo. Ese día la lluvia no dejaba paso a la esperanza de comer caliente, no había mucha gente por la calle y me estaba ganando un resfriado al estar empapado de arriba a abajo pero necesitaba alguna limosna para poder resistir un día más.
Y la vi, una mujer hermosa, en sus mejores años vestida como los maniquís de las tiendas de marca, con una carpeta sobre la cabeza intentando no mojarse y justo se refugio en un portal frente a mi, su cara desencajada por la lluvia fría hacia patente su enfado con el mal tiempo, cogió su teléfono móvil e hizo una llamada. Mientras esperaba a la razón de su llamada sentí como me miraba y como no quitaba ojo de la mojadura que estaba pillando, intente imaginar que pasaba por su cabeza y me decía a mi mismo que ojala tuviese la compasión de dejarme cualquier calderilla y para ello levante mi mano hacia ella y le dije casi en un susurro de suplica que me diese algo. Se quedo mirándome y por un segundo sentí su desprecio, en esto que un Mercedes aparca a su lado, un señor sale y con un paraguas la cubre y la lleva hacia el coche. Le repito mi suplica y mostrando indiferencia le dice al chófer que me de algo, me suelta dos euros, bajo la cabeza y le doy las gracias.
A pesar de la necesidad me sentí humillado, mi pobreza extrema contra su comodidad de buena cuna heredada o ganada con esfuerzo, quién sabe, pero lo suficiente para menospreciar a quien lo ha perdido todo aunque no lo supiese, igual se pensaba que era un alcohólico pidiendo para beber, o un toxicómano para su dosis, pero el haberme juzgado sin conocerme me dolió más que esos dos euros de mierda.
La vi varias veces más a lo largo de los meses, se ve que tenia buen gusto para dejarse su dinero en la mejor calle de las tiendas con glamour y siempre iba con ese aire de mujer atractiva y especial que haría girar hasta un ciego. Llegue a saber su nombre, lo típico de cuando una súper amiga la llama en la calle cargada de bolsas y casi dejándose los tacones, dándose dos besos sin tocarse y riéndose como ardillas en el bosque, era Elena…
Con la crisis del 2017 que iba siguiendo en los periódicos que encontraba en las papeleras muchos ricos se fueron a la quiebra, algunos como en otros estallidos a lo largo de la historia se suicidaron al no soportar la ruina, otros se volvieron gente común que tenía que buscarse un trabajo de cualquier cosa para salir adelante y los que menos suerte tuvieron acabaron en las calles, como yo, como me paso en mi día y en parte en el fondo de mi ser sonreía como si un plan de justicia divina se hubiese realizado.
Y he aquí que esa justicia divina hizo que reconociera a una mujer de pelo rubio desaliñado, de facciones que en su día eran nobles y bellas, ahora marcadas por la dureza de las noches en la calle, de la falta de vitaminas y de comodidades, era Elena. Me acerque a ella cuando vi que tenía problemas para poner sus cartones al lado de la estación del tren, yo por ese entonces ya tenía un carro de la compra que me encontré fuera de una gran superficie y era más cómodo desplazarme, y le dije: ¿se encuentra bien su majestad?. Se quedo mirándome asustada como si esperase que me vengase por su falta de humanidad del pasado, que le quitase lo poco que tenía o le pegase una paliza como pasa por desgracia cuando energúmenos no entienden la pobreza. Al ver que se estaba poniendo muy nerviosa y que sus ojos estaban traspasando el miedo al pánico la reconforte diciéndole que no se preocupase, le regale una manta que tenía para las noches más frías, quise que entendiera que yo no iba a ser como lo fue ella y empezamos a hablar.
Al fin pude contarle mi historia a Elena y ella me contó la suya, al final no éramos tan diferentes a pesar de todo, solo el tiempo nos puso en la misma situación pero con unos años de distancia pero con un final idéntico, ser hijos de la calle.
Después de ese día vamos juntos a todas partes, recogiendo latas, periódicos, cartones e intentamos no faltar a el comedor social para recuperarnos de las noches largas para tener fuerzas para otro día juntos, un punto que jamás ocurriría en una vida normal pero que en esta todo era como un cuento de hadas, la bella y la bestia, por supuesto la bella era Elena.
La bondad y la humildad nunca esta reñida con los estratos sociales si los sientes de corazón, porque lo que hoy me pasa a mi no significa que nunca te pueda pasar a ti. Reflexiones al borde de la pobreza.